1. El desarrollo humano y la dinámica social
2. Los ciudadanos adolescentes
Por una humanidad re humanizada
Ana María Díaz
Frecuentemente tenemos la experiencia de cerrar capítulos de nuestra vida, viviendo finales: se terminan proyectos en los que estuvimos involucrados con entusiasmo, nos cambiamos de trabajo, amigos en los que confiábamos nos traicionan, perdemos seres queridos —incluso antes que mueran— militancias de toda una vida se vuelven ilusorias, gobernantes a los que dimos nuestro apoyo se muestran incapaces, etc.
Tal vez, todo esto podría ser mucho menos doloroso de lo que nos resulta, si nos hubieran enseñado tempranamente que los finales forman parte de la lógica inexorable de los acontecimientos; si hubiéramos aprendido que, “el que las cosas terminen”, es parte de la naturaleza intrínseca de todo, que está en sus leyes y en sus prerrequisitos. Pero, al parecer, esta es una lección que solo se aprende viviendo.
Nos resulta natural lo que comienza: hacernos de amigos, enamorarnos, hacer promesas absolutas, inaugurar empeños, descubrir sueños, embarcarse en proyectos, en fin. Y es comprensible que nos duela, y no nos parezca natural, comprobar que ese incremento de energía y esa explosión de vitalidad, inherente a todo comienzo, se desinfla lastimosamente al llegar al final.
Sabemos que se necesita valentía para iniciar cualquier experiencia nueva. Pero luego descubrimos que es necesario igual valor para reconocer las señales que nos empujan a aceptar las amargas verdades que van revelando, dolorosamente, el final de una experiencia. Es explicable que vacilemos en al umbral de vivir sentimientos que nos recuerdan la muerte de tantos modos. Es difícil aprender que la potencia y fecundidad de la vida está tan presente en la oscuridad de los finales como en la euforia de los comienzos.
Estamos hechos parar creer que la vida es eterna y por eso nos cuesta aceptar que nada es para siempre. Sin embargo, a todos nos llega el momento de tener que armonizar el anhelo de vida eterna que nos habita, con la caducidad de nuestras experiencias. Es una lección cruda, pero que vale la pena aprender. Y es que aprendiendo la lección, averiguamos que la eternidad de la vida se encuentra mucho más allá de donde creemos - sus pilares están menos a la vista de lo que pensamos - y que nos aferremos innecesariamente a muchas cosas provisorias, creyendo que honramos la eternidad de la vida. La vida difícilmente se deja atrapar en formulas fijas.
Cuando Nicodemo, en medio de la noche de su vida, acudió a consultar a Jesús para saber cómo cruzar sus finales, éste no le dijo que tuviera paciencia, ni que rezara para pedir señales. Tampoco le dijo que perseverara o tuviera resignación, ni siquiera prudencia. Le dijo que naciera de nuevo, que se dejara llevar por el viento que sopla donde quiere. Nada podría ser más radicalmente provocativo como inspiración para vivir finales. Es una invitación a tener el coraje de imaginar otro modo de vivir y encaminarse a él armado con nada, con nada más que la confianza en la eternidad de la vida y la fecundidad del soplo que la alienta.
Un día, cuando yo era adolescente, Manuel Martínez Labra —mi maestro de pintura— me encontró contemplando ensimismado una reproducción de la famosa obra de Gauguin titulada “¿De dónde venimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos?” Mientras yo seguía absorto en esas imágenes, mi maestro dijo: esas son las tres preguntas que el hombre nunca ha logrado responderse. Y agregó: la humanidad no sabe a ciencia cierta cuál es su origen, tampoco sabe por qué y para qué tiene que poblar esta tierra, qué le deparan los siglos venideros ni qué hay más allá de la muerte. Creo que no respondí; pero recuerdo perfectamente que, con la ingenuidad y el sentimiento de omnipotencia propio de los adolescentes, pensé que yo iba a encontrar, en un futuro próximo, la respuesta incuestionable para todas esas preguntas. Ese sería, sin duda, uno de mis pequeños aportes al desarrollo de la humanidad.
Ese fue el comienzo de una búsqueda que resultó, por cierto, larga e infructuosa. Después de muchos años leyendo, pensando y repensando, llegué a la conclusión —que ahora me parece obvia— de que tales preguntas interrogan por el sentido último de la vida humana y que eso puede ser intuido o presentido, pero nunca conocido racionalmente.
Nadie puede demostrar racionalmente que esta vida tiene sentido. Y nadie puede demostrar racionalmente que esta vida no tiene sentido. Las preguntas que inquietaban a Gauguin nos conducen hasta los límites de la razón. Y más allá de esos límites no existen las certezas incuestionables. Para algunos, allí esta Dios y todas las respuestas. Para otros, allí está simplemente el misterio infinito e incomprensible. Para otros, allí está la evidencia del sin sentido.
Estas interrogantes, repetidas incansablemente una y otra vez, me llevaron hacia el arte abstracto. Porque el arte abstracto también intenta ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascender la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Y yo quería decir algo sobre la dimensión inmaterial que caracteriza a los seres vivos, en general, y a los seres humanos, en particular. Quería decir algo sobre esa capacidad de ser siempre los mismos, a pesar de todos los cambios corporales. Quería decir algo sobre el sentido de una identidad personal, única e irrepetible. Quería conectarme con esa sed de infinito que anima nuestra existencia y que es —o puede ser— el centro de una vida espiritual, en donde la inmanencia se encuentra con la trascendencia, suturando, por fin, la herida abierta que dolorosamente las separa.
DESARROLLO, APRENDIZAJE Y EDUCACION, O EL CAMINO HUMANO DE CRECER CON OTROS
Marco Antonio Villalta Páucar
Desde mediados de siglo XX, los enfoques denominados humanistas de la psicología llevan al campo educativo formal, la inquietud por conocer el papel de los factores vivenciales y emocionales implicados en el proceso de aprender, posicionando como tema de estudio entre los especialistas el papel de los afectos y la motivación en los logros cognitivos.
En la actualidad, pocos especialistas negarían, por ejemplo, el aporte de la teoría y práctica de inspiración constructivista en la educación, el carácter multidimensional y contextualizado de la intervención educativa, el papel de la resiliencia en el logro educativo, o la espiritualidad como una dimensión de la existencia que debe ser apoyada en su desarrollo desde la escuela.
Los avances en la investigación clínica del desarrollo, validados por los hallazgos de la neurociencia, han transformado la concepción de desarrollo, ésta se ha alejado de sus raíces biológico-evolutivas para considerar el carácter permeable e integrador del ambiente, que se plasma en estructuras cognitivas que tienen correlato en formas aun poco exploradas del funcionamiento neuronal, configurando la experiencia humana o estado de conciencia inidividual en un contexto cultural determinado. Sin cultura no seria posible hablar de desarrollo humano propiamente tal.
El estudio del aprendizaje integra los aspectos afectivos y motivacionales que sostienen sus resultados. El aprendizaje propiamente humano no es un hecho aislado sino interactivo intra e inter sujetos donde el vínculo con otros es un vasto campo aun no explorado. Las investigaciones recientes ponen en evidencia que los logros de aprendizaje de los alumnos no se explican directamente desde la transmisión de contenidos sino de la reelaboración participada de los mismos.
La concepción de educación es tal sólo si es capaz de promover el entusiasmo por el conocimiento. En tal sentido, la meta debe ser recuperar el anhelo por el mejor vivir, anhelo que inspira a la actitud filosófica de indagación y sorpresa.
Así, desarrollo, aprendizaje y educación se vinculan para comprender y dar respuesta a dos demandas que atraviesan la vida del hombre moderno: a) desarrollo de competencias para trabajar, y satisfacer sus necesidades socioeconómicas, y b) superar el aislamiento existencial, reencontrando el valor de los valores ciudadanos de respeto y tolerancia favorables a la convivencia social.
Son muchas las interrogantes cuya respuesta es posible encontrar en la observación y reflexión atenta de toda práctica social, pues a todos nos compete un rol en la promoción del desarrollo humano, aprendizajes significativos y educación integral: ¿cómo valoramos la forma y lo que comunicamos?; ¿qué espacios de reflexión y meditación nos damos? La psicología educacional contemporánea viene desarrollando reflexiones e investigación orientada a responder al desafío actual de revitalizar el papel de la educación como experiencia humanizadora de las personas y de las organizaciones que estas constituyen en su interacción comunicativa.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Pablo Neruda Poema veinte
El ser de un objeto material reside completamente en la materia de la que está hecho. Si, como en el chiste, a un antiguo cuchillo se le cambia cada cierto tiempo la hoja y cada cierto tiempo la empuñadura, se lo destruye. Si la hoja y la empuñadura no son materialmente las mismas, el cuchillo deja de ser el cuchillo que era. Se convierte en otro.
También los seres humanos, cada cierto tiempo, renovamos completamente la materia de la que estamos hechos. Según los biólogos, entre siete y diez años tarda nuestro organismo en renovar completamente sus células (exceptuando las de la corteza cerebral y las de ciertas zonas específicas del corazón). Esto significa cosas tan increíbles como que los átomos que constituían nuestro ser físico al nacer no son los mismos que nos constituyen al morir; que a lo largo de nuestra vida tenemos varios cuerpos diferentes; que cada diez años somos materialmente otros. Sin embargo, el ser vivo que ha sido —como diría Heidegger— arrojado a la vida, es el mismo que, al final de una ruta indeterminada, es arrojado a la muerte.
Esa capacidad de cambiar tan radicalmente y —no obstante— seguir siendo el mismo le es dada al ser humano por la mencionada dimensión inmaterial de su ser; aquella en que reside esa identidad personal que le hace ser lo que es, a pesar de todos los cambios y de todas las transformaciones que le exige el hecho de vivir.
El arte abstracto es también consecuencia de ese querer ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascenceder la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Más allá de la voluntad de los artistas —cuyas búsquedas pueden ser inconscientes— el arte abstracto es para mí una exploración entre causas y azares, tras la huella de esa vida invisible que promete revelar un bien más profundo, una belleza más diáfana y una verdad más plena en su pluralidad impronunciable. El arte abstracto es fruto de nuestra sed de infinito.
Soy Ana María Díaz, santiaguina, mamá de tres varones y tía de nueve sobrinos. Soy Trabajadora Social, titulada en
Psicólogo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, y Doctor en Ciencias de
Me he propuesto hacer siempre el bien, decir siempre la verdad y valorar eternamente la belleza. Por supuesto, no lo logro. Estoy muy lejos. Pero no puedo ni quiero renunciar a mis propósitos. Sinceramente, no podría vivir de otra manera. Pero, además de la intrínseca necesidad de continuar por esta ruta, he sido bendito con el amor de una mujer que, sin ningún aspaviento, es más bondadosa que yo, dice la verdad de manera mucho más espontánea que yo, y tiene un sentido estético natural a toda prueba. Junto a ella, continuaré en el camino hasta el día de mi muerte.
Tengo el título de Profesor de Estado en Artes Plásticas de