viernes, 18 de julio de 2008

Adolescencia, desarrollo humano y nueva ciudadanía

Marco Antonio Villalta Páucar

1. El desarrollo humano y la dinámica social

En las últimas décadas han sido diversos los modos de interpretar el rol que toca a los jóvenes en la dinámica social. Los estudios de psicología evolutiva señalan que la adolescencia se inaugura con los cambios orgánicos que transforman la relación del niño(a) con su entorno.

Hasta mediados del siglo XX era común la discusión entre los teóricos sobre la relación entre biología y cultura en el desarrollo humano. Esto tenía consecuencias en los prejuicios sobre lo se podía esperar de las personas de acuerdo a sus condiciones genéticas, o por otra parte, sus condiciones sociales. En el campo de la educación específicamente, la tensión biología y cultura ha tenido impacto en las formas de interpretar el rol de educador en su relación con los alumnos.

Los avances de la neurociencia y los estudios en genética han puesto en evidencia la interdependencia que existe entre estructura biológica y cultura en el desarrollo humano. La maduración orgánica es un aspecto que participa en la configuración de la identidad individual, pero esta lejos de determinarla. El educador y alumnos se constituyen recíprocamente tanto en su identidad y roles como en lo referido a sus respectivos procesos neurobiológicos.

En tal sentido la adolescencia, como todas las etapas de la vida, es una síntesis dinámica del contexto sociohistórico, experiencias individuales y procesos de maduración orgánica. El proceso de crecimiento y maduración orgánica completa la humanización del individuo, que se realiza como tal dentro de un colectivo social. Este colectivo le transmite las pautas culturales de comportamiento, y las preguntas que orientan el cambio del orden social y de su estructura biológica. Mucho de lo que los individuos tienen por experiencia social, personal, emocional y pensamiento abstracto, es una construcción histórica realizada dentro de un colectivo social.

2. Los ciudadanos adolescentes

Sin embargo, y por otra parte, no toda la realidad es construcción humana intencionada. Hay aspectos y situaciones en el curso de nuestras historias individuales y colectivas que las vivimos más como develadas que como construidas. Hoy sabemos, o estamos más dispuestos a aceptar que la razón no es la única vía para conocer y construir mundos posibles. Somos más conscientes y sensibles a un mundo que trasciende al hacer humano para comprenderlo -si se llega a comprender- vinculado, compenetrado sin fronteras, a todo lo viviente y trascendente.

Como consecuencia del propio proceso histórico, hombres y mujeres del siglo XXI somos seres mas sensibles y necesitados de tomar en cuenta la dimensión espiritual en nuestro propio desarrollo. La dimensión espiritual refiere a aquello que otorga vitalidad y sentido a la experiencia, impregna cada etapa de la vida de coherencia, permite interpretar la historia personal y colectiva no sólo como acumulación de acontecimientos, sino también con un sentido expresado en pasiones, sueños, miedos y esperanzas que la transforma y actualiza con sed de futuro.

Desde esta perspectiva, hablar de la nueva ciudadanía de los adolescentes significa comprender dicha etapa de la vida como construcción histórica que, a su vez, expresa aspiraciones de trascendencia –inherente a toda etapa de la vida-; donde la forma de participación social es una respuesta, su respuesta, a las preguntas referidas a cuál es el orden social deseable, qué mantener o cambiar y cual sería el papel de cada quien en este proceso.

El término ciudadanía no posee una única definición, pero es claro que ha evolucionado desde entenderlo como delegación de la decisión política a un cuerpo de representantes -que caracteriza la institucionalización del Estado en la Revolución Francesa-, a la consideración de pluralidad de intereses e iniciativas de los individuos. La ciudadanía se construye en relaciones y prácticas sociales específicas a un contexto sociohistorico determinado.

Antes del siglo XX los jóvenes no eran actor social relevante para determinar el rumbo de los acontecimientos sociales. Sí era objeto de interés de educadores y legisladores para abordar la problemática de delincuencia y del trabajo. Su rol fue cambiando conforme se complejizaron los sistemas de producción social. Los modos de insertarse en el mundo laboral requirieron de mayores aprendizajes y preparación de quienes se convertían físicamente en adultos. Este tiempo de preparación es el que fue constituyendo a los jóvenes como grupo social, adquiriendo capacidad de expresión colectiva que comenzó a ser descrita con el término de “generación”.

Se ha distinguido tantos tipos y generaciones de jóvenes como realidades sociales y proyectos de cambio y desarrollo son posibles de reconocer. En tiempos en que la sociedad o instituciones con profundos y evidentes conflictos internos amenazan con desintegrarla, los jóvenes tienden a ser descritos como la generación del cambio que se necesita, la fuerza social que aportará los cimientos de una sociedad integrada de valores deseables por el colectivo social. Cuando la sociedad o instituciones han llegado a una situación de equilibrio o estabilidad que asegura sus tradiciones y continuidad, la fuerza social contestataria no institucionalizada que aporta la generación de jóvenes, tiende a ser descrita como anómica, problemática, necesitada de integración al proceso social dominante y aceptado por el colectivo.

Como problema o como solución los jóvenes no pueden dejar de ser considerados actores y agentes que dinamizan de modo especial la sociedad en la que están insertos. Clarificar la identidad ciudadana de los jóvenes hoy, es en nuestra perspectiva, compenetrarse con sus inquietudes, revindicar su rol como actores del presente y no relegarlos a proyecto de futuro; es la oportunidad aprender como sociedad a ser responsables con las promesas que hacemos; la oportunidad de recuperar el sentido humanizante que tiene todo esfuerzo de desarrollo. Estas son tareas que, consideramos, ayudarán a mejorar la convivencia social.