jueves, 12 de junio de 2008

Explorando la sutura

Orlando Francisco Ortiz

Con motivo de la exposición
Explorando la sutura que Trinidad Chauriye y yo montamos en el Centro Cultural de La Reina (Santiago de Chile); escribí el texto que viene después de esta famosa pintura de Gauguin y que ahora comparto con ustedes.









Un día, cuando yo era adolescente, Manuel Martínez Labra —mi maestro de pintura— me encontró contemplando ensimismado una reproducción de la famosa obra de Gauguin titulada “¿De dónde venimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos?” Mientras yo seguía absorto en esas imágenes, mi maestro dijo: esas son las tres preguntas que el hombre nunca ha logrado responderse. Y agregó: la humanidad no sabe a ciencia cierta cuál es su origen, tampoco sabe por qué y para qué tiene que poblar esta tierra, qué le deparan los siglos venideros ni qué hay más allá de la muerte. Creo que no respondí; pero recuerdo perfectamente que, con la ingenuidad y el sentimiento de omnipotencia propio de los adolescentes, pensé que yo iba a encontrar, en un futuro próximo, la respuesta incuestionable para todas esas preguntas. Ese sería, sin duda, uno de mis pequeños aportes al desarrollo de la humanidad.

Ese fue el comienzo de una búsqueda que resultó, por cierto, larga e infructuosa. Después de muchos años leyendo, pensando y repensando, llegué a la conclusión —que ahora me parece obvia— de que tales preguntas interrogan por el sentido último de la vida humana y que eso puede ser intuido o presentido, pero nunca conocido racionalmente.

Nadie puede demostrar racionalmente que esta vida tiene sentido. Y nadie puede demostrar racionalmente que esta vida no tiene sentido. Las preguntas que inquietaban a Gauguin nos conducen hasta los límites de la razón. Y más allá de esos límites no existen las certezas incuestionables. Para algunos, allí esta Dios y todas las respuestas. Para otros, allí está simplemente el misterio infinito e incomprensible. Para otros, allí está la evidencia del sin sentido.

Estas interrogantes, repetidas incansablemente una y otra vez, me llevaron hacia el arte abstracto. Porque el arte abstracto también intenta ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascender la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Y yo quería decir algo sobre la dimensión inmaterial que caracteriza a los seres vivos, en general, y a los seres humanos, en particular. Quería decir algo sobre esa capacidad de ser siempre los mismos, a pesar de todos los cambios corporales. Quería decir algo sobre el sentido de una identidad personal, única e irrepetible. Quería conectarme con esa sed de infinito que anima nuestra existencia y que es —o puede ser— el centro de una vida espiritual, en donde la inmanencia se encuentra con la trascendencia, suturando, por fin, la herida abierta que dolorosamente las separa.

El arte abstracto es para mí una exploración entre causas y azares, en cuyo recorrido sigo las huellas de esa vida invisible que promete revelarnos la auténtica bondad, la auténtica verdad y la auténtica belleza.


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