jueves, 26 de febrero de 2009

Resiliencia, lenguaje e interacción (1)


Marco Antonio Villalta Páucar

El término “resiliencia” aparece en la literatura especializada de la salud mental como una hipótesis explicativa de la conducta saludable en condiciones de adversidad o alto riesgo. Han proliferado los estudios que han precisado los alcances y limitaciones de este concepto.

Se relaciona a otros términos como: factores protectores, factores de riesgo y vulnerabilidad, los cuales describen los elementos predisponentes del sujeto, y aquellos del entorno que influyen en el comportamiento saludable. La forma en como se vinculan estos términos es variable, y ha llevado a la discusión sobre el carácter personal o contextual del concepto de resiliencia.

En la actualidad la mayoría de los autores comparte una perspectiva interaccional o constructivista del concepto de resiliencia. En tal sentido, la resiliencia es un rasgo propiamente humano, en tanto este se constituye en la interacción social y supone una combinación de factores personales y contextuales. Los estudios producen información que enriquece los factores tanto personales como de contexto que componen el fenómeno de la resiliencia, pero no hay acuerdo en un modelo conceptual que los vincule de tal forma de explicar el comportamiento en contexto de adversidad.

Diversos estudios coinciden en señalar que la resiliencia resulta de factores protectores como: autoestima consistente. Instrospección, independencia, capacidad para relacionarse, iniciativa, humor, creatividad, moralidad y pensamiento crítico. Se trata de comportamientos cultivados a lo largo de la historia del sujeto, y que, posiblemente, se ha consolidado en los vínculos tempranos del desarrollo, constituyendo una particular apropiación de los sucesos de la vida. Estos comportamientos han sido aprendidos en relación a otros. Siendo esto asi, -aprendido- pueden cambiar.

La resiliencia refiere a una forma en como el sujeto se apropia de la realidad. Una forma central de apropiación de la realidad es el lenguaje, que abre o cierra posibilidades de acción saludable o de superación de los eventos traumáticos.

El lenguaje cumple un importante papel vinculante y de identidad de las personas y colectivos humanos. Como señala Echeverría (2005) a través del habla el sujeto no solamente describe la realidad sino que, y esto es lo mas importante, la construye.

Y la construcción comunicativa, sea lingüística o no, esta lejos de ser individual y antojadiza, pues el habla refleja la historia colectiva individualizada –como lo señala Vygostsky y Bruner- que se transforma permanentemente en la interaccion con otros, y consigo mismo, que tambien están en constante cambio. Echeverria (1996) sostiene que dicha función generativa del lenguaje es la que constituye el ser. Es decir, aquello que esencialmente somos es constituido por el lenguaje. Y si el lenguaje es acción dinámica, interactiva, generativa, en consecuencia el ser es un proceso de constante construcción y transformación.

Tomando esta línea de reflexión es posible sostener que la resiliencia en tanto fenómeno humano, puede ser desarrollada desde el cambio guiado de las funciones interactivas y generativas del lenguaje. La historia no determina al sujeto. Es mas bien a la inversa, el sujeto puede dar diversos juicios de su historia. Algo similar dice el escritor colombiano Garcia Marquez (2002), cuando señala que “la vida no es la que uno vivió, sino la que un recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

viernes, 18 de julio de 2008

Adolescencia, desarrollo humano y nueva ciudadanía

Marco Antonio Villalta Páucar

1. El desarrollo humano y la dinámica social

En las últimas décadas han sido diversos los modos de interpretar el rol que toca a los jóvenes en la dinámica social. Los estudios de psicología evolutiva señalan que la adolescencia se inaugura con los cambios orgánicos que transforman la relación del niño(a) con su entorno.

Hasta mediados del siglo XX era común la discusión entre los teóricos sobre la relación entre biología y cultura en el desarrollo humano. Esto tenía consecuencias en los prejuicios sobre lo se podía esperar de las personas de acuerdo a sus condiciones genéticas, o por otra parte, sus condiciones sociales. En el campo de la educación específicamente, la tensión biología y cultura ha tenido impacto en las formas de interpretar el rol de educador en su relación con los alumnos.

Los avances de la neurociencia y los estudios en genética han puesto en evidencia la interdependencia que existe entre estructura biológica y cultura en el desarrollo humano. La maduración orgánica es un aspecto que participa en la configuración de la identidad individual, pero esta lejos de determinarla. El educador y alumnos se constituyen recíprocamente tanto en su identidad y roles como en lo referido a sus respectivos procesos neurobiológicos.

En tal sentido la adolescencia, como todas las etapas de la vida, es una síntesis dinámica del contexto sociohistórico, experiencias individuales y procesos de maduración orgánica. El proceso de crecimiento y maduración orgánica completa la humanización del individuo, que se realiza como tal dentro de un colectivo social. Este colectivo le transmite las pautas culturales de comportamiento, y las preguntas que orientan el cambio del orden social y de su estructura biológica. Mucho de lo que los individuos tienen por experiencia social, personal, emocional y pensamiento abstracto, es una construcción histórica realizada dentro de un colectivo social.

2. Los ciudadanos adolescentes

Sin embargo, y por otra parte, no toda la realidad es construcción humana intencionada. Hay aspectos y situaciones en el curso de nuestras historias individuales y colectivas que las vivimos más como develadas que como construidas. Hoy sabemos, o estamos más dispuestos a aceptar que la razón no es la única vía para conocer y construir mundos posibles. Somos más conscientes y sensibles a un mundo que trasciende al hacer humano para comprenderlo -si se llega a comprender- vinculado, compenetrado sin fronteras, a todo lo viviente y trascendente.

Como consecuencia del propio proceso histórico, hombres y mujeres del siglo XXI somos seres mas sensibles y necesitados de tomar en cuenta la dimensión espiritual en nuestro propio desarrollo. La dimensión espiritual refiere a aquello que otorga vitalidad y sentido a la experiencia, impregna cada etapa de la vida de coherencia, permite interpretar la historia personal y colectiva no sólo como acumulación de acontecimientos, sino también con un sentido expresado en pasiones, sueños, miedos y esperanzas que la transforma y actualiza con sed de futuro.

Desde esta perspectiva, hablar de la nueva ciudadanía de los adolescentes significa comprender dicha etapa de la vida como construcción histórica que, a su vez, expresa aspiraciones de trascendencia –inherente a toda etapa de la vida-; donde la forma de participación social es una respuesta, su respuesta, a las preguntas referidas a cuál es el orden social deseable, qué mantener o cambiar y cual sería el papel de cada quien en este proceso.

El término ciudadanía no posee una única definición, pero es claro que ha evolucionado desde entenderlo como delegación de la decisión política a un cuerpo de representantes -que caracteriza la institucionalización del Estado en la Revolución Francesa-, a la consideración de pluralidad de intereses e iniciativas de los individuos. La ciudadanía se construye en relaciones y prácticas sociales específicas a un contexto sociohistorico determinado.

Antes del siglo XX los jóvenes no eran actor social relevante para determinar el rumbo de los acontecimientos sociales. Sí era objeto de interés de educadores y legisladores para abordar la problemática de delincuencia y del trabajo. Su rol fue cambiando conforme se complejizaron los sistemas de producción social. Los modos de insertarse en el mundo laboral requirieron de mayores aprendizajes y preparación de quienes se convertían físicamente en adultos. Este tiempo de preparación es el que fue constituyendo a los jóvenes como grupo social, adquiriendo capacidad de expresión colectiva que comenzó a ser descrita con el término de “generación”.

Se ha distinguido tantos tipos y generaciones de jóvenes como realidades sociales y proyectos de cambio y desarrollo son posibles de reconocer. En tiempos en que la sociedad o instituciones con profundos y evidentes conflictos internos amenazan con desintegrarla, los jóvenes tienden a ser descritos como la generación del cambio que se necesita, la fuerza social que aportará los cimientos de una sociedad integrada de valores deseables por el colectivo social. Cuando la sociedad o instituciones han llegado a una situación de equilibrio o estabilidad que asegura sus tradiciones y continuidad, la fuerza social contestataria no institucionalizada que aporta la generación de jóvenes, tiende a ser descrita como anómica, problemática, necesitada de integración al proceso social dominante y aceptado por el colectivo.

Como problema o como solución los jóvenes no pueden dejar de ser considerados actores y agentes que dinamizan de modo especial la sociedad en la que están insertos. Clarificar la identidad ciudadana de los jóvenes hoy, es en nuestra perspectiva, compenetrarse con sus inquietudes, revindicar su rol como actores del presente y no relegarlos a proyecto de futuro; es la oportunidad aprender como sociedad a ser responsables con las promesas que hacemos; la oportunidad de recuperar el sentido humanizante que tiene todo esfuerzo de desarrollo. Estas son tareas que, consideramos, ayudarán a mejorar la convivencia social.

viernes, 20 de junio de 2008

Al final como al principio


Ana María Díaz

Frecuentemente tenemos la experiencia de cerrar capítulos de nuestra vida, viviendo finales: se terminan proyectos en los que estuvimos involucrados con entusiasmo, nos cambiamos de trabajo, amigos en los que confiábamos nos traicionan, perdemos seres queridos —incluso antes que mueran— militancias de toda una vida se vuelven ilusorias, gobernantes a los que dimos nuestro apoyo se muestran incapaces, etc.

Tal vez, todo esto podría ser mucho menos doloroso de lo que nos resulta, si nos hubieran enseñado tempranamente que los finales forman parte de la lógica inexorable de los acontecimientos; si hubiéramos aprendido que, “el que las cosas terminen”, es parte de la naturaleza intrínseca de todo, que está en sus leyes y en sus prerrequisitos. Pero, al parecer, esta es una lección que solo se aprende viviendo.

Nos resulta natural lo que comienza: hacernos de amigos, enamorarnos, hacer promesas absolutas, inaugurar empeños, descubrir sueños, embarcarse en proyectos, en fin. Y es comprensible que nos duela, y no nos parezca natural, comprobar que ese incremento de energía y esa explosión de vitalidad, inherente a todo comienzo, se desinfla lastimosamente al llegar al final.

Sabemos que se necesita valentía para iniciar cualquier experiencia nueva. Pero luego descubrimos que es necesario igual valor para reconocer las señales que nos empujan a aceptar las amargas verdades que van revelando, dolorosamente, el final de una experiencia. Es explicable que vacilemos en al umbral de vivir sentimientos que nos recuerdan la muerte de tantos modos. Es difícil aprender que la potencia y fecundidad de la vida está tan presente en la oscuridad de los finales como en la euforia de los comienzos.

Estamos hechos parar creer que la vida es eterna y por eso nos cuesta aceptar que nada es para siempre. Sin embargo, a todos nos llega el momento de tener que armonizar el anhelo de vida eterna que nos habita, con la caducidad de nuestras experiencias. Es una lección cruda, pero que vale la pena aprender. Y es que aprendiendo la lección, averiguamos que la eternidad de la vida se encuentra mucho más allá de donde creemos - sus pilares están menos a la vista de lo que pensamos - y que nos aferremos innecesariamente a muchas cosas provisorias, creyendo que honramos la eternidad de la vida. La vida difícilmente se deja atrapar en formulas fijas.

Cuando Nicodemo, en medio de la noche de su vida, acudió a consultar a Jesús para saber cómo cruzar sus finales, éste no le dijo que tuviera paciencia, ni que rezara para pedir señales. Tampoco le dijo que perseverara o tuviera resignación, ni siquiera prudencia. Le dijo que naciera de nuevo, que se dejara llevar por el viento que sopla donde quiere. Nada podría ser más radicalmente provocativo como inspiración para vivir finales. Es una invitación a tener el coraje de imaginar otro modo de vivir y encaminarse a él armado con nada, con nada más que la confianza en la eternidad de la vida y la fecundidad del soplo que la alienta.




jueves, 12 de junio de 2008

Explorando la sutura

Orlando Francisco Ortiz

Con motivo de la exposición
Explorando la sutura que Trinidad Chauriye y yo montamos en el Centro Cultural de La Reina (Santiago de Chile); escribí el texto que viene después de esta famosa pintura de Gauguin y que ahora comparto con ustedes.









Un día, cuando yo era adolescente, Manuel Martínez Labra —mi maestro de pintura— me encontró contemplando ensimismado una reproducción de la famosa obra de Gauguin titulada “¿De dónde venimos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos?” Mientras yo seguía absorto en esas imágenes, mi maestro dijo: esas son las tres preguntas que el hombre nunca ha logrado responderse. Y agregó: la humanidad no sabe a ciencia cierta cuál es su origen, tampoco sabe por qué y para qué tiene que poblar esta tierra, qué le deparan los siglos venideros ni qué hay más allá de la muerte. Creo que no respondí; pero recuerdo perfectamente que, con la ingenuidad y el sentimiento de omnipotencia propio de los adolescentes, pensé que yo iba a encontrar, en un futuro próximo, la respuesta incuestionable para todas esas preguntas. Ese sería, sin duda, uno de mis pequeños aportes al desarrollo de la humanidad.

Ese fue el comienzo de una búsqueda que resultó, por cierto, larga e infructuosa. Después de muchos años leyendo, pensando y repensando, llegué a la conclusión —que ahora me parece obvia— de que tales preguntas interrogan por el sentido último de la vida humana y que eso puede ser intuido o presentido, pero nunca conocido racionalmente.

Nadie puede demostrar racionalmente que esta vida tiene sentido. Y nadie puede demostrar racionalmente que esta vida no tiene sentido. Las preguntas que inquietaban a Gauguin nos conducen hasta los límites de la razón. Y más allá de esos límites no existen las certezas incuestionables. Para algunos, allí esta Dios y todas las respuestas. Para otros, allí está simplemente el misterio infinito e incomprensible. Para otros, allí está la evidencia del sin sentido.

Estas interrogantes, repetidas incansablemente una y otra vez, me llevaron hacia el arte abstracto. Porque el arte abstracto también intenta ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascender la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Y yo quería decir algo sobre la dimensión inmaterial que caracteriza a los seres vivos, en general, y a los seres humanos, en particular. Quería decir algo sobre esa capacidad de ser siempre los mismos, a pesar de todos los cambios corporales. Quería decir algo sobre el sentido de una identidad personal, única e irrepetible. Quería conectarme con esa sed de infinito que anima nuestra existencia y que es —o puede ser— el centro de una vida espiritual, en donde la inmanencia se encuentra con la trascendencia, suturando, por fin, la herida abierta que dolorosamente las separa.

El arte abstracto es para mí una exploración entre causas y azares, en cuyo recorrido sigo las huellas de esa vida invisible que promete revelarnos la auténtica bondad, la auténtica verdad y la auténtica belleza.


lunes, 14 de abril de 2008

Príncipes que se ocultan en sapos

PRÍNCIPES QUE SE OCULTAN EN SAPOS
Ana María Díaz


Todos conocemos el cuento infantil al que alude el título de esta nota, pero para que nadie lo confunda con otros, a continuación un relato sucinto de la historia básica:

«Había una vez una princesa que mientras paseaba en las afueras de su castillo, encontró un sapo junto al estanque, de pronto el sapo le habló, diciéndole que estaba encantado, que había recibido el maleficio de una hechicera, y que si ella le daba un beso, volvería a su estado normal. La princesa entonces besó al sapo y, por efecto del beso, este se convirtió en un apuesto príncipe, de quien la princesa se enamoró, con quien se casó, reinó y vivió feliz para siempre...».


El maravilloso valor de los cuentos infantiles no está en la entretención que nos brindaron en los días de la infancia ni en lo mucho que estimularon nuestra imaginación, ni en la postura moral que favorecieron, aunque todo ello sea cierto. Lo maravilloso consiste en condensar en un relato mítico un profundo conflicto del alma y permitirnos darle cauce.


Al crecer hemos podido comprobar que aquella ignominiosa experiencia del príncipe, nos ocurre a todos. Con frecuencia experimentamos la sensación de que una malvada hechicera nos lanzó un encantamiento que nos tiene perversamente atrapados en una situación que no es la que nos corresponde: no ganamos el dinero que deberíamos, nuestro trabajo no es todo lo creativo que soñamos, los cambios son mucho más lentos de lo que permite nuestra tolerancia, el amor no ha resultado todo lo gratificante que anhelábamos, por más que nos esforzamos no logramos bajar de peso, nuestro dirigentes políticos, sociales y religiosos no son todo lo capaces, honestos o sabios que tendrían que ser, etc. , etc. Sin darnos cuenta hemos acumulado una larga lista de situaciones que nos hacen experimentarnos cotidianamente como “sapos”.

Lo peor de esta situación es que todos iniciamos nuestra historia de sapos con la secreta convicción de que en verdad en nuestro interior se oculta un apuesto príncipe, y que más temprano que tarde daremos con el bendito beso de la princesa que nos devolverá al lugar que nos corresponde, y viviremos felices para siempre. Toleramos la sensación de sentirnos sapos en la secreta esperanza de un mágico beso que nos permitirá celebrar los esponsales definitivos con la vida. Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo, esa esperanza se va debilitando, el contacto con la íntima certeza de nuestra identidad de príncipes comienza a diluirse y a parecer una fantasía absurda, que ya no logra comunicarnos energía vital Y sin darnos cuenta un día despertamos sintiendo que sólo somos un sapo, y que nunca fuimos ni seremos otra cosa que sapos. Ese es el momento en el que la hechicera logra su más definitivo triunfo, porque su maleficio finalmente alcanza la fibra más íntima de nuestra identidad. Lo peor que nos puede suceder es resignarnos a una deshonrosa vida de sapos, renunciando a nuestra legítima aspiración a la mano de la princesa, a la herencia del reino y a la felicidad eterna.

Lo paradójico del asunto es que el síntoma más notable y peligroso del “encantamiento” de la hechicera es el “desencanto” que inunda nuestra vida de sapos. Pero no es verdad que no podamos hacer nada para liberarnos del maleficio. Y no tenemos que esperar pasivamente que se nos acerque una princesa distraída. Cada uno de nosotros posee el secreto para terminar con el maleficio. Sólo hay que recordarlo.


Sucede que una explicable reacción adaptativa nos ha hecho más sensibles a tomarle el pulso a la vida en los grandes acontecimientos, en los eventos extraordinarios, y a sentir que ésta se adelgaza y se ausenta, en la normalidad cotidiana. Pasar de sapos a príncipes se hace más viable si educamos nuestros ojos para aprender a reconocer los vigorosos detalles, a través de los cuales, la vida se experimenta a sí misma, porque la potencia de la vida está hecha de un sinnúmero de pormenores, de ligeras pequeñeces, de impalpables menudencias, que sólo puede saborear con deleite quien monta celosa vigilancia a sus trazas.

El mito del sapo, el príncipe y el beso de la princesa, revela el intenso anhelo que crece en la profundidad de alma, de que todo lo que la vida nos adeuda nos sea cancelado con intereses. Y eso no tiene porque ser sólo un anhelo siempre postergado. Lo que es verdaderamente un maleficio es lo lejos de nuestra conciencia que tenemos relegada la capacidad de abrazar potentemente la vida, con sus desafíos y reveses.

Para liberarnos del maleficio hay que aprender a mirar la vida con otros encuadres. Con aquellos encuadres que les han permitido a tantos hombres y mujeres en el pasado y en el presente creer con Camus que “en lo profundo del invierno, podemos aprender que dentro de cada uno existe un verano invencible”, capaz de forzar nuevas floraciones en zonas que creímos marchitas para siempre.


Los cuentos infantiles son la cifra de un mensaje que necesitamos oír.

Desarrollo, aprendizaje y educación, o el camino humano de crecer con otros

DESARROLLO, APRENDIZAJE Y EDUCACION, O EL CAMINO HUMANO DE CRECER CON OTROS

Marco Antonio Villalta Páucar


Diversos términos se ha construido para dar cuenta de la complejidad, desafíos y posibilidades del ser humano. Nacemos incompletos, mientras los demas mamíferos vienen al mundo con toda una estructura genética que los predispone a comportarse de una manera determinada ante las diversas situaciones de su vida, nosotros, los seres humanos venimos llenos de potencialidades, que requieren del ambiente social para desarrollarse. Así, el desarrollo humano está lejos de ser el desenvolvimiento de capacidades genéticamente instaladas. El desarrollo humano es aprendizaje. Y, desde esta perspectiva, el aprendizaje que importa es aquel que prepara para la vida.

Desde mediados de siglo XX, los enfoques denominados humanistas de la psicología llevan al campo educativo formal, la inquietud por conocer el papel de los factores vivenciales y emocionales implicados en el proceso de aprender, posicionando como tema de estudio entre los especialistas el papel de los afectos y la motivación en los logros cognitivos.

En la actualidad, pocos especialistas negarían, por ejemplo, el aporte de la teoría y práctica de inspiración constructivista en la educación, el carácter multidimensional y contextualizado de la intervención educativa, el papel de la resiliencia en el logro educativo, o la espiritualidad como una dimensión de la existencia que debe ser apoyada en su desarrollo desde la escuela.

Los avances en la investigación clínica del desarrollo, validados por los hallazgos de la neurociencia, han transformado la concepción de desarrollo, ésta se ha alejado de sus raíces biológico-evolutivas para considerar el carácter permeable e integrador del ambiente, que se plasma en estructuras cognitivas que tienen correlato en formas aun poco exploradas del funcionamiento neuronal, configurando la experiencia humana o estado de conciencia inidividual en un contexto cultural determinado. Sin cultura no seria posible hablar de desarrollo humano propiamente tal.

El estudio del aprendizaje integra los aspectos afectivos y motivacionales que sostienen sus resultados. El aprendizaje propiamente humano no es un hecho aislado sino interactivo intra e inter sujetos donde el vínculo con otros es un vasto campo aun no explorado. Las investigaciones recientes ponen en evidencia que los logros de aprendizaje de los alumnos no se explican directamente desde la transmisión de contenidos sino de la reelaboración participada de los mismos.

La concepción de educación es tal sólo si es capaz de promover el entusiasmo por el conocimiento. En tal sentido, la meta debe ser recuperar el anhelo por el mejor vivir, anhelo que inspira a la actitud filosófica de indagación y sorpresa.

Así, desarrollo, aprendizaje y educación se vinculan para comprender y dar respuesta a dos demandas que atraviesan la vida del hombre moderno: a) desarrollo de competencias para trabajar, y satisfacer sus necesidades socioeconómicas, y b) superar el aislamiento existencial, reencontrando el valor de los valores ciudadanos de respeto y tolerancia favorables a la convivencia social.

Son muchas las interrogantes cuya respuesta es posible encontrar en la observación y reflexión atenta de toda práctica social, pues a todos nos compete un rol en la promoción del desarrollo humano, aprendizajes significativos y educación integral: ¿cómo valoramos la forma y lo que comunicamos?; ¿qué espacios de reflexión y meditación nos damos? La psicología educacional contemporánea viene desarrollando reflexiones e investigación orientada a responder al desafío actual de revitalizar el papel de la educación como experiencia humanizadora de las personas y de las organizaciones que estas constituyen en su interacción comunicativa.

Arte Abstracto

ARTE ABSTRACTO
Orlando Francisco Ortiz

La misma noche que hace blanquear los mismo árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos
.
Pablo Neruda Poema veinte

El ser de un objeto material reside completamente en la materia de la que está hecho. Si, como en el chiste, a un antiguo cuchillo se le cambia cada cierto tiempo la hoja y cada cierto tiempo la empuñadura, se lo destruye. Si la hoja y la empuñadura no son materialmente las mismas, el cuchillo deja de ser el cuchillo que era. Se convierte en otro.

En cambio, el ser de un ser vivo no reside completamente en su materia. El ser de un ser vivo tiene una dimensión inmaterial. Exactamente al revés de lo que ocurre con los seres inertes, si un ser vivo se mantiene materialmente el mismo, muere. Por eso, cada año el árbol estrena nueva ramas, nuevas hojas, nuevas flores, nuevos frutos, nuevas semillas. Y sigue siendo el mismo.

También los seres humanos, cada cierto tiempo, renovamos completamente la materia de la que estamos hechos. Según los biólogos, entre siete y diez años tarda nuestro organismo en renovar completamente sus células (exceptuando las de la corteza cerebral y las de ciertas zonas específicas del corazón). Esto significa cosas tan increíbles como que los átomos que constituían nuestro ser físico al nacer no son los mismos que nos constituyen al morir; que a lo largo de nuestra vida tenemos varios cuerpos diferentes; que cada diez años somos materialmente otros. Sin embargo, el ser vivo que ha sido —como diría Heidegger— arrojado a la vida, es el mismo que, al final de una ruta indeterminada, es arrojado a la muerte.

Esa capacidad de cambiar tan radicalmente y —no obstante— seguir siendo el mismo le es dada al ser humano por la mencionada dimensión inmaterial de su ser; aquella en que reside esa identidad personal que le hace ser lo que es, a pesar de todos los cambios y de todas las transformaciones que le exige el hecho de vivir.

En consecuencia, los seres vivos, al mismo tiempo que viven en el mundo material, viven también en el mundo inmaterial, en el mundo de lo que no se puede ver ni tocar. En los seres vivos, la materia es indicio de una realidad misteriosa que sólo se vislumbra, que sólo se presiente. Una realidad posible de conocer —como diría El Principitocon los ojos del corazón; pero no con los ojos corporales.

El arte abstracto es también consecuencia de ese querer ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascenceder la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Más allá de la voluntad de los artistas —cuyas búsquedas pueden ser inconscientes— el arte abstracto es para mí una exploración entre causas y azares, tras la huella de esa vida invisible que promete revelar un bien más profundo, una belleza más diáfana y una verdad más plena en su pluralidad impronunciable. El arte abstracto es fruto de nuestra sed de infinito.