lunes, 14 de abril de 2008

Príncipes que se ocultan en sapos

PRÍNCIPES QUE SE OCULTAN EN SAPOS
Ana María Díaz


Todos conocemos el cuento infantil al que alude el título de esta nota, pero para que nadie lo confunda con otros, a continuación un relato sucinto de la historia básica:

«Había una vez una princesa que mientras paseaba en las afueras de su castillo, encontró un sapo junto al estanque, de pronto el sapo le habló, diciéndole que estaba encantado, que había recibido el maleficio de una hechicera, y que si ella le daba un beso, volvería a su estado normal. La princesa entonces besó al sapo y, por efecto del beso, este se convirtió en un apuesto príncipe, de quien la princesa se enamoró, con quien se casó, reinó y vivió feliz para siempre...».


El maravilloso valor de los cuentos infantiles no está en la entretención que nos brindaron en los días de la infancia ni en lo mucho que estimularon nuestra imaginación, ni en la postura moral que favorecieron, aunque todo ello sea cierto. Lo maravilloso consiste en condensar en un relato mítico un profundo conflicto del alma y permitirnos darle cauce.


Al crecer hemos podido comprobar que aquella ignominiosa experiencia del príncipe, nos ocurre a todos. Con frecuencia experimentamos la sensación de que una malvada hechicera nos lanzó un encantamiento que nos tiene perversamente atrapados en una situación que no es la que nos corresponde: no ganamos el dinero que deberíamos, nuestro trabajo no es todo lo creativo que soñamos, los cambios son mucho más lentos de lo que permite nuestra tolerancia, el amor no ha resultado todo lo gratificante que anhelábamos, por más que nos esforzamos no logramos bajar de peso, nuestro dirigentes políticos, sociales y religiosos no son todo lo capaces, honestos o sabios que tendrían que ser, etc. , etc. Sin darnos cuenta hemos acumulado una larga lista de situaciones que nos hacen experimentarnos cotidianamente como “sapos”.

Lo peor de esta situación es que todos iniciamos nuestra historia de sapos con la secreta convicción de que en verdad en nuestro interior se oculta un apuesto príncipe, y que más temprano que tarde daremos con el bendito beso de la princesa que nos devolverá al lugar que nos corresponde, y viviremos felices para siempre. Toleramos la sensación de sentirnos sapos en la secreta esperanza de un mágico beso que nos permitirá celebrar los esponsales definitivos con la vida. Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo, esa esperanza se va debilitando, el contacto con la íntima certeza de nuestra identidad de príncipes comienza a diluirse y a parecer una fantasía absurda, que ya no logra comunicarnos energía vital Y sin darnos cuenta un día despertamos sintiendo que sólo somos un sapo, y que nunca fuimos ni seremos otra cosa que sapos. Ese es el momento en el que la hechicera logra su más definitivo triunfo, porque su maleficio finalmente alcanza la fibra más íntima de nuestra identidad. Lo peor que nos puede suceder es resignarnos a una deshonrosa vida de sapos, renunciando a nuestra legítima aspiración a la mano de la princesa, a la herencia del reino y a la felicidad eterna.

Lo paradójico del asunto es que el síntoma más notable y peligroso del “encantamiento” de la hechicera es el “desencanto” que inunda nuestra vida de sapos. Pero no es verdad que no podamos hacer nada para liberarnos del maleficio. Y no tenemos que esperar pasivamente que se nos acerque una princesa distraída. Cada uno de nosotros posee el secreto para terminar con el maleficio. Sólo hay que recordarlo.


Sucede que una explicable reacción adaptativa nos ha hecho más sensibles a tomarle el pulso a la vida en los grandes acontecimientos, en los eventos extraordinarios, y a sentir que ésta se adelgaza y se ausenta, en la normalidad cotidiana. Pasar de sapos a príncipes se hace más viable si educamos nuestros ojos para aprender a reconocer los vigorosos detalles, a través de los cuales, la vida se experimenta a sí misma, porque la potencia de la vida está hecha de un sinnúmero de pormenores, de ligeras pequeñeces, de impalpables menudencias, que sólo puede saborear con deleite quien monta celosa vigilancia a sus trazas.

El mito del sapo, el príncipe y el beso de la princesa, revela el intenso anhelo que crece en la profundidad de alma, de que todo lo que la vida nos adeuda nos sea cancelado con intereses. Y eso no tiene porque ser sólo un anhelo siempre postergado. Lo que es verdaderamente un maleficio es lo lejos de nuestra conciencia que tenemos relegada la capacidad de abrazar potentemente la vida, con sus desafíos y reveses.

Para liberarnos del maleficio hay que aprender a mirar la vida con otros encuadres. Con aquellos encuadres que les han permitido a tantos hombres y mujeres en el pasado y en el presente creer con Camus que “en lo profundo del invierno, podemos aprender que dentro de cada uno existe un verano invencible”, capaz de forzar nuevas floraciones en zonas que creímos marchitas para siempre.


Los cuentos infantiles son la cifra de un mensaje que necesitamos oír.

Desarrollo, aprendizaje y educación, o el camino humano de crecer con otros

DESARROLLO, APRENDIZAJE Y EDUCACION, O EL CAMINO HUMANO DE CRECER CON OTROS

Marco Antonio Villalta Páucar


Diversos términos se ha construido para dar cuenta de la complejidad, desafíos y posibilidades del ser humano. Nacemos incompletos, mientras los demas mamíferos vienen al mundo con toda una estructura genética que los predispone a comportarse de una manera determinada ante las diversas situaciones de su vida, nosotros, los seres humanos venimos llenos de potencialidades, que requieren del ambiente social para desarrollarse. Así, el desarrollo humano está lejos de ser el desenvolvimiento de capacidades genéticamente instaladas. El desarrollo humano es aprendizaje. Y, desde esta perspectiva, el aprendizaje que importa es aquel que prepara para la vida.

Desde mediados de siglo XX, los enfoques denominados humanistas de la psicología llevan al campo educativo formal, la inquietud por conocer el papel de los factores vivenciales y emocionales implicados en el proceso de aprender, posicionando como tema de estudio entre los especialistas el papel de los afectos y la motivación en los logros cognitivos.

En la actualidad, pocos especialistas negarían, por ejemplo, el aporte de la teoría y práctica de inspiración constructivista en la educación, el carácter multidimensional y contextualizado de la intervención educativa, el papel de la resiliencia en el logro educativo, o la espiritualidad como una dimensión de la existencia que debe ser apoyada en su desarrollo desde la escuela.

Los avances en la investigación clínica del desarrollo, validados por los hallazgos de la neurociencia, han transformado la concepción de desarrollo, ésta se ha alejado de sus raíces biológico-evolutivas para considerar el carácter permeable e integrador del ambiente, que se plasma en estructuras cognitivas que tienen correlato en formas aun poco exploradas del funcionamiento neuronal, configurando la experiencia humana o estado de conciencia inidividual en un contexto cultural determinado. Sin cultura no seria posible hablar de desarrollo humano propiamente tal.

El estudio del aprendizaje integra los aspectos afectivos y motivacionales que sostienen sus resultados. El aprendizaje propiamente humano no es un hecho aislado sino interactivo intra e inter sujetos donde el vínculo con otros es un vasto campo aun no explorado. Las investigaciones recientes ponen en evidencia que los logros de aprendizaje de los alumnos no se explican directamente desde la transmisión de contenidos sino de la reelaboración participada de los mismos.

La concepción de educación es tal sólo si es capaz de promover el entusiasmo por el conocimiento. En tal sentido, la meta debe ser recuperar el anhelo por el mejor vivir, anhelo que inspira a la actitud filosófica de indagación y sorpresa.

Así, desarrollo, aprendizaje y educación se vinculan para comprender y dar respuesta a dos demandas que atraviesan la vida del hombre moderno: a) desarrollo de competencias para trabajar, y satisfacer sus necesidades socioeconómicas, y b) superar el aislamiento existencial, reencontrando el valor de los valores ciudadanos de respeto y tolerancia favorables a la convivencia social.

Son muchas las interrogantes cuya respuesta es posible encontrar en la observación y reflexión atenta de toda práctica social, pues a todos nos compete un rol en la promoción del desarrollo humano, aprendizajes significativos y educación integral: ¿cómo valoramos la forma y lo que comunicamos?; ¿qué espacios de reflexión y meditación nos damos? La psicología educacional contemporánea viene desarrollando reflexiones e investigación orientada a responder al desafío actual de revitalizar el papel de la educación como experiencia humanizadora de las personas y de las organizaciones que estas constituyen en su interacción comunicativa.

Arte Abstracto

ARTE ABSTRACTO
Orlando Francisco Ortiz

La misma noche que hace blanquear los mismo árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos
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Pablo Neruda Poema veinte

El ser de un objeto material reside completamente en la materia de la que está hecho. Si, como en el chiste, a un antiguo cuchillo se le cambia cada cierto tiempo la hoja y cada cierto tiempo la empuñadura, se lo destruye. Si la hoja y la empuñadura no son materialmente las mismas, el cuchillo deja de ser el cuchillo que era. Se convierte en otro.

En cambio, el ser de un ser vivo no reside completamente en su materia. El ser de un ser vivo tiene una dimensión inmaterial. Exactamente al revés de lo que ocurre con los seres inertes, si un ser vivo se mantiene materialmente el mismo, muere. Por eso, cada año el árbol estrena nueva ramas, nuevas hojas, nuevas flores, nuevos frutos, nuevas semillas. Y sigue siendo el mismo.

También los seres humanos, cada cierto tiempo, renovamos completamente la materia de la que estamos hechos. Según los biólogos, entre siete y diez años tarda nuestro organismo en renovar completamente sus células (exceptuando las de la corteza cerebral y las de ciertas zonas específicas del corazón). Esto significa cosas tan increíbles como que los átomos que constituían nuestro ser físico al nacer no son los mismos que nos constituyen al morir; que a lo largo de nuestra vida tenemos varios cuerpos diferentes; que cada diez años somos materialmente otros. Sin embargo, el ser vivo que ha sido —como diría Heidegger— arrojado a la vida, es el mismo que, al final de una ruta indeterminada, es arrojado a la muerte.

Esa capacidad de cambiar tan radicalmente y —no obstante— seguir siendo el mismo le es dada al ser humano por la mencionada dimensión inmaterial de su ser; aquella en que reside esa identidad personal que le hace ser lo que es, a pesar de todos los cambios y de todas las transformaciones que le exige el hecho de vivir.

En consecuencia, los seres vivos, al mismo tiempo que viven en el mundo material, viven también en el mundo inmaterial, en el mundo de lo que no se puede ver ni tocar. En los seres vivos, la materia es indicio de una realidad misteriosa que sólo se vislumbra, que sólo se presiente. Una realidad posible de conocer —como diría El Principitocon los ojos del corazón; pero no con los ojos corporales.

El arte abstracto es también consecuencia de ese querer ver más allá de lo que ven los ojos. El arte abstracto nace de la necesidad de trascenceder la realidad material de las cosas, superando los límites de la mera representación de objetos concretos, visibles y palpables. Más allá de la voluntad de los artistas —cuyas búsquedas pueden ser inconscientes— el arte abstracto es para mí una exploración entre causas y azares, tras la huella de esa vida invisible que promete revelar un bien más profundo, una belleza más diáfana y una verdad más plena en su pluralidad impronunciable. El arte abstracto es fruto de nuestra sed de infinito.

lunes, 7 de abril de 2008

Equipo Saberes














Marco Villalta Páucar - Ana María Díaz - Orlando Ortiz Flores